Recuerdo de joven haber participado en actividades de una asociación donde contábamos con un vehículo propiedad del club. Este vehículo tenía una pegatina en el salpicadero que decía en mayúsculas: «MATERIAL EN PRÉSTAMO». Nos recordaba que debíamos cuidarlo porque no era nuestro.
Cuando nació mi primer bebé, quedé asombrada ante el don de la vida. Me sentí sobrepasada de alegría y asombro por el regalo que Dios me concedía. Al tenerla en brazos por primera vez, recordé aquella pegatina de la furgoneta del club juvenil. Me resultaba imposible pensar que esa criaturita era mía; no podía. Ese bebé era de Dios, y Él me confiaba su vida y cuidado para que yo lo amara y le enseñara el camino hacia el Cielo, junto a Dios su Padre. Esa era mi misión.
En verdad, he tratado de hacer precisamente eso. Cada uno de nosotros ha sido obsequiado por Dios con el primer y más grande don: el de la libertad. Somos libres para amar, libres para acoger, libres para entregar. He procurado querer y educar a mis hijos pensando que son suyos, y que Él me los ha prestado durante unos años para que los ame y guíe hacia Él.
Señor, todo nos lo has dado Tú; todo es un regalo. Te doy gracias por todo, también por confiar en mí cada día, incluso cuando dudo tanto de mi valía.