Sí, estés como estés. Mediante la alabanza puedes…
Expresar gratitud a Dios por todas las bendiciones y dones que te ha dado en la vida. Alabar es una forma de reafirmarte en aquello a lo que Dios te ha llamado: A vivir una vida plena en Cristo ya que Él te ha comprado para sí y no hay tiniebla que pueda ensombrecer ese acto de amor que te traspasa, que es más poderoso que la muerte y, por tanto, al que siempre podrás regresar una y otra vez. En la alabanza tienes la oportunidad de reafirmarte en esta verdad en clave de acción de gracias.
La Eucaristía es la acción de gracias más perfecta que hay, se trata de un sacramento. La alabanza no es un sacramento pero Dios también se complace en ti cuando lo alabas.
Fortalecer tu fe. Al recordar y reconocer la grandeza y la bondad de Dios, tu fe se fortalece y eres liberado de toda mentira que te encadena robándote tu dignidad de hijo de Dios.
Profundizar en la comunión con Dios. A través de la alabanza caen las murallas que se van alzando para que nos veamos apartados de Dios. El deseo de Dios es que estos muros desaparezcan, Él quiere tenerte cerca y quiere que descubras que es un Padre bueno que no te abandona jamás.
Recibir paz y alegría. Dios siempre está dispuesto a compartir su paz contigo. Si te decides a exponerte al ejercicio de la oración de alabanza, aunque a veces cueste un poco, recibirás su paz. Esto no tiene por qué darse de inmediato, nuestro Señor no es una máquina expendedora, te quiere libre y desea de corazón tener un tiempo para que te pongas en Su presencia. A nadie le gusta sentirse mirado solamente en la medida en que puede darte algo. Al igual que tú y que yo, queremos ser mirados más profundamente, más en gratuidad. Con el Señor esto también funciona así, ya que siendo Dios, su corazón también es de carne, y mucho más de carne que el mío! Otra cosa es que un fruto de ese encuentro sea participar de Su paz, que sin duda, lo hará, precisamente porque Su paz es contagiosa. Te dará Su paz y muchas bendiciones que no te imaginas.
Exponerte a lo que Él es, ponerte, como quien dice, al sol… y recibir el Espiritu Santo, que puede dar, como fruto, que te parezcas un poco más a Él.
Renovarte en la mente, el cuerpo y el espíritu. La alabanza es una forma de renovarse en Cristo, de que caiga lo que no somos, que dejemos los fardos pesados a los pies de Su Cruz y que rebrote la identidad de hijos que nos ha regalado generosamente.
Sanar y ser consolado. En momentos de dolor o aflicción, la alabanza te une más a Cristo y el Espíritu Santo deja en ti un rastro de consuelo que merece la pena ser conquistado. Precisamente cuando más te dices por dentro, «justo ahora lo que menos me apetece es alabar» Ahí! Ese es el momento más apropiado para, desde una acción libre de tu corazón, elevar una alabanza a Dios, hacer un acto de fe y confianza pronunciando palabras bellas y afirmando que Dios es Dios, también en esa circunstancia que te afecta.
Cumplir aquello para lo que has sido creado. Alabamos a Dios porque es nuestro propósito como seres creados por Él. Al hacerlo, encontramos significado y sentido profundo. Nos recolocamos por dentro.
Cada acto de alabanza te acerca más a Dios y eres enriquecido ya que te pone de nuevo en tu lugar de criatura a la que Dios ama infinitamente, hasta tal punto, que entregó a su único Hijo para rescatarte de la esclavitud y comprarte tu libertad de hijo. Desde esa libertad… ALABA!